El término central de la filosofía moderna es "la conciencia", que en su puro sentido germánico es reflexividad o conciencia de darse cuenta de sí mismo, de las propias ideas, de las pasiones, etc; en suma, del propio yo. Ese yo no es la realidad del cuerpo material o psicológico, sino la consciencia de sí mismo. Esa consciencia existe sólo en la medida que el yo se da cuenta de lo que es, de su esencia. Fichte define ese yo como el ser que se sabe a sí mismo, que se conoce a sí mismo. Su existencia no es más que su reflexividad, su frente a frente, consigo mismo. Socrates ya propuso "conócete a tí mismo". Es el "ser-para-sí" de Hegel.
Para la mente mediterránea su primera experiencia es la del prójimo o su yo visto desde fuera. Es el hombre social del foro, del mercado, de la plaza... La diferencia entre el mí y el otro es lo que constituye el yo, por lo tanto, necesita de la relación social para identificar su yo. Este yo consiste en mirar al tu, por lo que el yo separado del tu se queda vacio. Por esta razón, el destierro, o el aislamiento, es una de las penas máximas en las culturas meridionales. La consciencia meridional es un yo que se proyecta fuera de sí "en ficticia duplicación, que hace de sí mismo un amigo exterior y le dirige prudentes amonestaciones y tibias confidencias", afirma Ortega y Gasset. Se trata pues de una reflexividad que se hace en la comunidad.
Sin embargo, el yo que vive en la reflexividad es, siempre, el yo que se alimenta de sentirse a sí mismo, es el espíritu que se recoge dentro de sí mismo. Es el yo pleno de intimidad en fuerza recíproca con la soledad. El maestro Eckhart, en la Edad Media, dice que la auténtica realidad se encuentra no fuera, sino en lo más íntimo de la persona y esa realidad siempre se alcanza tras un desierto silencioso. Leibniz ofrece un mundo de yo intelectuales independientes, que nadie puede penetrarlos: son sus mónadas sin ventanas. Descartes y Kant, definitivamente, se quedan con el yo, centro y periferia de toda realidad. Descartes encuentra el yo junto a la materia. La subjetividad en Kant, es la conciencia que abarca el tiempo y el espacio, incluso estas realidades que sustenta la materialidad está dentro de la conciencia. Kant hace de la reflexividad el sentido de la existencia y sucumbe sólo ante la realidad que se da cuenta de sí misma, es decir, no hay más realidad que la consciencia de la reflexión.
Es fundamental advertir que para que exista esta reflexividad antes, es necesario que la consciencia se haya dado cuenta de que exíste otras cosas distintas a sí misma. La consciencia irreflexiva que siente, prefiere, desea, se interesa de forma primaria y espontánea no es reflexividad.
La consciencia de lo otro y la consciencia reflexiva son dos estadios de consciencia del yo que se necesitan y es necesario cultivar mutuamente para la plenitud del yo. Existe otra reflexividad sin límites, que abarca el yo reflexivo, enraizado en la comunidad, que mira al tu, en el Ser Transcendente. Pero esta reflexividad es tema de hombres, a-temporales, in-condicionados, a-circunstanciales y a-espaciales. Es tema de la Metafísica.
Para pensar:
¿Qué diferencia existe entre reflexión y reflexividad? ¿Qué supone la reflexividad desde la perspectiva pedagógica?
Para profundizar:
Ortega y Gasset, J. (1983). Kant, Hegel, Scheler. Revista de Occidente. Alianza Editorial.
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